Con planes de retomar su carrera en México, ANNA SILVETTI, hija de BEBU SILVETTI, se encancha con doloroso ejercicio de memoria
TEXTO: VÍCTOR HUGO SÁNCHEZ • FOTOGRAFÍAS: JAVIER ARELLANO, CORTESÍA
“Me violaron a los siete años, un sacerdote en un colegio de Barcelona. A mí y a muchas niñas más. Cuando nos confesaba... ¿qué pecados podría tener una niña de siete años? ¿Me robé un chocolate?”. Anna Silvetti me deja en shock. Literal. La charla iba en otro sentido; hablábamos de su divorcio, de su ausencia en el medio artístico y de las razones de haberse ido a vivir a Miami hace más de 20 años. Le había preguntado si, tras irse a Florida, siguiendo a su entonces esposo, la separación se había dado por violencia; me dijo que no, que todo lo contrario, se volvieron más amigos que pareja y, pues...
“PUDE SANAR ESA HERIDA, DE ALGUNA MANERA” “Sufrí violencia de género, pero no de él... sino de un sacerdote. ‘¿Tienes novio?’, me preguntó. Le dije que sí, porque un niño que me acompañaba en el autobús de la escuela me cargaba los libros; para mí era mi novio... ‘Y, ¿te toca?’, insistió. Le dije que sí, porque me rozaba la mano al tomar los libros... ‘¿Te toca entre las piernas? ¿Te toca las tetitas?’, y mientras más preguntaba iba como respirando más profundo y empezaban como ruidos en el confesionario... Evidentemente el tipo se masturbaba mientras nos preguntaba cosas, ¿no? Y cada vez las preguntas eran más fuertes. Le conté a mi madre, española nacida en Francia por la Guerra Civil española, y era candela pura. Fue a la escuela y armó un escándalo tremendo. Nunca pudo ver al sacerdote porque lo resguardaron, porque era la mano derecha del arzobispo de Barcelona, que vivía en el mismo colegio”. Dolorosamente, no fue la única vez que sufrió violencia de género. “Recién llegamos a México, cuando yo tenía como 13 años. La migra nos había corrido de Los Ángeles porque no teníamos papeles. Llegando a Tlatelolco, mi papá le pidió al taxista que nos llevara a unas suites amuebladas porque habíamos dejado todo, literal, en California... Aquí me hice de unas amigas que me invitaron a un cumpleaños, y un primo de ellas, que tenía 28 años, se ofreció a llevarme a la fiesta y regresarme a mi casa... Mis papás dijeron ‘sí’. Saliendo de la fiesta me dijo: ‘Te voy a llevar a conocer para que te vayas ambientando’. Le dije que no, porque si no llegaba a las 8 me castigan. Al tipo le valió gorro... Me llevó al Bosque de Chapultepec, en un lugar muy os- curo... El tipo me besó a la fuerza, me metió las manos dentro del pantalón, me tocó todo lo que quiso, me agarró la mano y me la puso en... Yo seguía gritando y pateando, y él se cansó de ver mi resistencia y me dijo: ‘¡Eres muy escandalosa! Te voy a llevar a tu casa’, después de manosearme y hacerme lo que quisiera...”.
¿Le dijiste a tus papás? No. Lo conté apenas hace unos días, en mis redes sociales, y no imaginan la cantidad de gente que me escribió contando cosas horribles. Pude sanar esa herida, de alguna manera.
“TUVIMOS MUCHOS AÑOS COMPLICADOS”
Bebemos un tequila, compartimos el pan y la sal; habla de su vida, de las penurias por las que pasó en su infancia, en su adolescencia, por los constantes viajes de su familia, los cambios de domicilio y de país a los que se sometía por la carrera de su padre, el exitoso músico Bebu Silvetti. “La gente cree que mi papá siempre fue rico, pero no fue así. Tuvimos muchos años complicados, y en una de esas, mi familia decidió mudarse y yo me quedé en México. Viví sola desde los 15, y a los 18 me sentí realmente sola. Me quedé a vivir en la casa de la mamá de mi primer novio; él murió en un accidente, siendo novios, y yo me quedé a vivir con esta mujer que fue mi madre hasta el día de su muerte. “Soy contador privado y secretaria trilingüe (hablo cinco idiomas), un día de soledad comencé a enfermarme y mi madre me dijo que los alcanzara en Madrid, y me fui... Hacía un frío terrible, me sentía sola, sin trabajo... Ya allá mi madre me dijo: ‘Tienes que leer’, me dio La gaviota, de Chéjov, y me enamoré, fue una revelación: “Esto es lo que quiero hacer”. Y me vine a estudiar teatro. Fui oyente en Bellas Artes, en Filosofía y Letras; hice la carrera completa, aunque nunca pude hacer examen oficial. No tengo título, pero hice la carrera”.
Anna tiene una de las carreras más impecables en teatro y en TV; estudió con los grandes: José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza, Julio Castillo... Fue compañera de generación de Rebecca Jones, Érika Buenfil, Edith González, Alejandro Tommasi, Guillermo y Manuel Capetillo, Mirra Saavedra... Da un trago al tequila, mira al infinito y reflexiona que, luego de muchos años alejada, ya es tiempo de regresar a México, retomar su carrera, quizá como productora, como directora o actriz.