JOSÉ LUIS ARÉVALO celebra 27 años de carrera periodística en Televisa y nos comparte su anecdotario como corresponsal de guerra
Texto: Alejandro Salazar Hernández Fotos: José Luis Ramos
De músico, actor y loco, José Luis Arévalo confiesa tener un poco. Hijo del músico Pepe Arévalo y la actriz y bailarina Ana María Piña, fue seducido en algún momento por los reflectores dado también su parentesco con Kippy Casado y Anabel Gutiérrez (primas hermanas de su mamá). Pero sus estudios de Ciencias de la Comunicación, la amistad de su papá con un corresponsal de Televisa en Europa y el destrampe en que él incurrió a principio de los noventa se movieron como piezas de ajedrez para sumergirlo de golpe y porrazo en el periodismo dentro de Televisa. Inició el 2 de mayo de 1992 como camarógrafo editor, y luego como reportero en Europa. “Caí por coincidencia en el lugar donde tenía que estar, ejerciendo la profesión más bonita y en el mejor lugar”, comenta el titular de un espacio vespertino en Foro TV, a quien la cobertura de siete conflictos armados lo acredita como el periodista mexicano con más experiencia en esta área. Hoy, a sus 50 años, le llueven cuestionamientos respecto a si debe seguir en estas lides; él no descarta la idea de ir por lo menos una vez más. En tanto, disfruta también las recompensas personales que le han reportado 27 años de quehacer periodístico; la más impor- tante, la familia formada con una mujer croata con quien procreó dos hijos. “HE ESTADO TAN CERCA DE LA MUERTE QUE APRENDES A VALORAR LA VIDA” ¿Cuál es la mayor enseñanza que te ha dejado el periodismo? Me ha permitido conocer países que como turista nunca imaginé, y cuando uno viaja aprende muchas cosas. Pero si algo me ha enseñado es a apreciar lo que tengo. El periodismo me ha llevado a lu- gares donde la gente ha perdido todo por la guerra; cuando te das cuenta de eso y de que tienes más de lo que necesitas, aprendes a apreciarlo. He estado tan cerca de la muerte que aprendes a valorar la vida. Teniendo una influencia musical tan poderosa como la de tu papá, y colaborar como asistente de producción de Andrés Bustamante, ¿cómo fue que optaste por el periodismo? Por mera coincidencia. A mí me encanta la música, pero sólo como bailador y escucha. Yo no viví con mi papá; él y mi mamá se separaron cuando yo estaba chiquito, pero siempre estuve en contacto con él. Cuando estudiaba Ciencias de la Comunicación entré a trabajar con el Güiri-Güiri porque mi deseo era hacer televisión. No hago el cuento largo, Aniceto Menéndez, quien fue corresponsal de Televisa en Praga, era amigo de mi papá y me invito a trabajar con él, y como yo era muy aventurero... Cuando concluí la carrera no hacía nada, me la pasaba bien. Tenía un papá músico, un bar, fiestas... ¿Qué te dijo tu papá cuando le comunicaste tu decisión? ¡Él impulsó que yo me fuera! Un día vino Aniceto a México y mi papá le dijo: “Llévate a este muchacho”, porque yo andaba destrampadón. Dije; “¡Vamos a ver qué pasa!”. Me iba sólo por tres meses, y me fui 12 años y medio. Fue inesperado para todos porque yo tampoco pensaba ser periodista. De hecho, el periodismo lo fui aprendiendo sobre la marcha. ¿Algún comunicador te inspiró? Aniceto Menéndez fue mi maestro. Luego, Jacobo Zabludovsky, quien nos decía: “El periodismo es como un velero: te subes y tienes que dejarte llevar”. Por eso he cubierto un poco de todo. Además, he tenido buenos jefes que me enseñaron más de esta profesión: Félix Cortés Camarillo, Francisca Saavedra, Leonardo Kourchenko, Amador Narcia, Leopoldo Gómez... Me enseñaron la disciplina, a lo mejor a gritos, pero era parte de esto. “LAS GUERRAS SON LAS QUE MÁS LECCIONES ME HAN DADO” ¿Qué ha sido lo más impactante que has presenciado durante estos 27 años de desempeño periodístico? Las guerras. Es lo que más me ha enseñado y lo que a la gente más le gusta de mi trabajo. Ahí he visto cosas terribles: niños sin piernas, fusilamientos... Pero sabes que cuando vas a un conflicto armado es lo que vas a ver; debes enton- ces tener sensatez para digerirlo, aprender de ello y reportarlo, porque ese es nuestro trabajo. ¿Cómo se dio la oportunidad de convertirte en corresponsal de guerra? Por casualidad, nunca lo pensé ni levanté la mano. En 1999, la OTAN bombardeó Kosovo, la antigua Yugoslavia. Yo vivía en Bruselas, Bélgica, donde está el cuartel ge- neral de la organización. Al principio, los bombardeos los cubrí en Bélgica: iba al cuartel y leía el comunicado, pero cuando la OTAN invadió Kosovo me pidieron que fuera. La verdad, no sabía a lo que iba. Sin experiencia, ¿cómo libraste la encomienda: apoyado en consejos o mero instinto de supervivencia? Por instinto. Claro, llegando allá me junté con los periodistas que sabían; yo estaba jo- vencillo y me enseñaron a moverme, igual que a mis compañeros, grandes camarógrafos. Los que han ido conmigo están igual de locos que yo. También me ayudó el olfato periodístico, saber por dónde sí, por dónde no. El miedo es un aliado importante para no meterse en lugares donde sientas que pueda pasarte algo. Conforme he ido a otras guerras, me acuerdo del miedo en esas primeras ocasiones para pensar que no eres inmune. Debes tener conciencia de que en cualquier momento te pueden matar, y hay que acordarse del miedo para irte cuidando. Si tuvieras que elegir alguna de tus muchas coberturas como carta de presentación, ¿cual sería y por qué? La guerra de Afganistán, en 2001. Ya había cubierto los conflictos de Kosovo e Israel contra Palestina, pero llegar ahí marcó un antes y un después. Primero porque ahí vi la desgracia humana de cerquita, personas muriéndose de hambre... Yo dormía en el suelo, comíamos lo que había, te picaban las chinches, había bombazos... A partir de ahí, el camarógrafo Gustavo Oñate y yo nos dimos cuenta de que eso nos gustaba. De ser corresponsal en Bruselas, me convertí en un reportero para quien las guerras se convirtieron en su asignatura favorita. “EN ISRAEL NOS PUSIERON UNA METRALLETA EN LA CABEZA” ¿Algún acontecimiento te ha hecho llorar? Ver niños sin piernas a causa de las bombas o en otras situaciones terribles. También la muerte de un editor de Suecia, precisamente en Afganistán. Trabajábamos juntos y compartíamos la máquina de escribir, la comida... Lo asesinaron una madrugada mientras nosotros íbamos al enlace para el noticiero de Joaquín López-Dóriga; se metieron a robar y le dieron un balazo. Ahí es cuando dices: “¡Me pudo haber pasado a mí!”, porque estábamos en la casa de al lado. En Haití también vimos a la gente robándose la comida, la orden de la policía era matarlos, y lo hacía enfrente de nosotros. Ver eso es duro. ¿Aprendes a convivir con la muerte? En una situación de guerra, sí; sabes que en cualquier momento te puede pasar. ¿Cuál ha sido la vez que te has sentido más cerca de ella? En Israel, donde nos dispararon varias veces y luego nos pusieron una metralleta en la cabeza a Gustavo y a mí. La intifada (ola de violencia) era a fuego cruzado y entrábamos a lugares al toque de queda; tenías que meterte a escondidas para grabar y sacar la nota. Nos decían: “¡Tienen 10 minutos para grabar, porque van a entrar los soldados!”, y sientes que te pueden disparar en cualquier momento. La adrenalina en ese momento es tal que no cobras conciencia de eso y sigues en acción. ¿Qué te da valor en casos extremos? El oficio, la responsabilidad de que debo sacar la nota. A mí me gusta tanto hacer esto que no estoy pensando en “me van a matar”; no puedo hacerlo por- que entonces me va a dar miedo. Dices: “Para algo me mandaron y tengo que ir a cumplir con la misión que tengo”. Te metes tanto y te vuelves parte de la vida cotidiana del lugar, que te acostumbras a los balazos y a los bombardeos. “LA MÚSICA DE MI VIEJO SIEMPRE ESTÁ CONMIGO” Con sangre musical corriendo por tus venas, ¿qué te relaja escuchar en momentos difíciles? Música de toda, pero la de mi viejo siempre está conmigo: Oye Salomé, Urge y Son de la loma, que son las más conocidas. Hay una anécdota: una vez no podíamos cruzar una frontera, los soldados nos tenían detenidos y en el coche pusimos música de mi papá. Todos los periodistas nos bajamos a bailar en lo que nos dejaban pasar, y eso nos relajó. Cuando me encomiendan una guerra voy a hacer lo que me gusta, vaya a ocurrir lo que vaya a ocurrir, entonces me divierto. No puedo ir a sufrir, así que lo disfruto desde que me subo al avión con todos los nervios y la adrenalina. Si no me divierto, mejor me pongo a hacer otra cosa. ¿Has enfrentado algún acto extremo de supervivencia? No. De entrada, ya meterse en un lugar de éstos lo es; viajar de noche cuando hay toque de queda tiene sus riesgos, y son los momentos de mayor tensión, pero tienes que ir pensando en que no te va a pasar nada. En las guerras no viajo de noche, procuro hacerlo de día, pero a veces no te queda de otra. Por ejemplo, para entrar a Trípoli y Libia no nos quedaba de otra porque teníamos que llegar para el enlace, y viajamos sobre una carretera plagada de francotiradores. Entonces pones música de Pepe Arévalo ¡y a relajarse! ¿Qué le dices a tu familia cuando sales a una misión de alto riesgo? Mi esposa ya está acostumbrada, sabe qué es lo que hago y me gusta. Mis hijos están chiquitos; el de 15 años ya sabe qué onda; el de siete todavía no tiene mucha conciencia. A mis papás les cuesta más trabajo porque ya son bastante mayores. Hay algunos compañeros que dicen: “No puedo ir”. Para mí, esto es lo primero porque hago lo que amo. “SI TELEVISA ME VUELVE AUTORIZAR IR A UNA GUERRA, ME VOY SIN PROBLEMA” Hace tiempo dijiste: “Contar mis aventuras es una manera de sacar a mis muertitos de la mente”, ¿existe riesgo de que un corresponsal de guerra quede traumado? Sí, aunque cada quien tiene sus terapias para sacar fantasmas. Conozco a varios que caen en el alcohol y así se desahogan. Tengo un asunto familiar de doble AA (Alcohólicos Anónimos), y cuando lo acompañé a sus terapias aprendí. Dije: “Ahí las personas se curan subiéndose a la tribuna y contando su experiencia”. Cuando yo voy a un conflicto armado me gusta regresar y dar conferencias, porque todo lo que guardas durante uno o dos meses que estás metido ahí, llegas y lo platicas. Es un tema terapéutico. Yo me liberé con las conferencias, que son una catarsis. Hay algunos que a lo mejor no lo superan, y otros que ya no quieren regresar. Gustavo Oñate estuvo conmigo en tres guerras y dijo: “Ya no vuelvo ”. Jorge Puig estuvo en dos, y Gonzalo lleva tres y les gusta. Pero hay algunos que dicen: “Yo ya vi suficiente, no quiero volver a verlo”. Montado ya en los 50 años, ¿persiste la inquietud de seguir cubriendo guerras? A mí todavía me gusta ir, y si Televisa me vuelve a dar autorización, me vuelvo a ir sin problema. El año pasado fuimos a Líbano, estuvimos a punto de entrar a Siria y me que- dé con las ganas. Es la asignatura pendiente. Y no si sea la edad, pero conforme pasan los años me hago muchos cuestionamientos de lo que es la vida. He visto la muerte tantas veces... Estoy vivo, pero ¿qué pasa cuando te mueres? Son temas que traigo en la cabeza. Sé que me faltan muchos años por vivir, pero qué difícil tener que pensar en eso. ¿Compones canciones? No, pero he escrito libros. Dos con Televisa, uno que hicimos sobre la guerra de Afganistán y otro sobre Irak. Luego hice yo solo otro llamado Por los vientos de la guerra, y ahorita escribo otro en el que narro lo que debe hacer un reportero para cubrir una nota. En nuestro caso vas a una guerra, abordas un avión, llegas luego de varias horas, pasas 30 de locura y te dicen: “Tienes un minuto al aire”. Mi intención es seguir contando esas experiencias, no quedármelas. Los muchachos tienen que saber. Alguien seguirá cubriendo esos conflictos después de mí por cualquier razón, y debe saber cómo y por dónde, conocer la historia y saber por qué se dan las guerras. Por eso recalco la importancia de platicar todo lo que vive uno en estos eventos. Son 27 años de carrera periodística en Televisaque, vividos con la vertiginosidad que distingue a esta profesión, se vuelven prácticamente un suspiro... Sí, y agradezco a la empresa su paciencia y confianza; me ha dado la oportunidad de hacer tantas cosas... Hoy que das vuelta dices: “¡Cuántas cosas hemos hecho!”, y ojalá falten más.