El actor CHRISTIAN VÁZQUEZ recuerda los duros retos que vivió para llegar a la Ciudad de México y hacer audiciones para Apocalypto
Texto: Berenice Villatoro Vázquez Fotos: Octavio Lazcano
En las películas vemos cómo los actores pasan por todo para poder convertirse en estrellas, algo que también le ocurrió a Christian Vázquez, a quien seguramente recuerdas por Mirreyes contra godínez, Rosario Tijeras, 3 idiotas y más. Cuando viajó de Guadalajara a la Ciudad de México para buscar una oportunidad se fue a lo grande, consiguiendo que Mel Gibson en persona le hiciera un casting que significó para él la “patadita de la suerte” que necesitaba para seguir adelante con su sueño de ser un intérprete conocido en México. En los próximos meses estará viajando por varios festivales de cine donde están proyectando Yo, Fausto, una cinta que narra lo difícil que es vivir con esquizofrenia. “EN MI FAMILIA, NO HUBO NADIE CON ESTA ENFERMEDAD, YO LO VEÍA MUY AJENO” Cuéntanos de Yo, Fausto... Es una película con Arcelia Ramírez y Carlos Aragón, una historia bastante interesante porque sigue la vida de un joven con esquizofrenia y cómo esto le afecta a su vida, a su familia. Desde la escena uno también nos damos cuenta de que su mamá es esquizofrénica, así que él siempre fue propenso a que lo diagnosticaran de esta forma. Él decide dejar todo e irse a Barcelona a estudiar Fotografía y hacer su propia vida, hasta que conoce a una catalana, la embaraza y ahí empieza un poco lo turbio; recae con los ataques de ansiedad y es diagnosticado. Es una historia muy cruda. ¿Tuviste algún tipo de acercamiento a enfermos de esquizofrenia? Estuvimos en el Hospital Psiquiátrico San Bernardino. Me entrevisté con varios pacientes y dos médicos, y todas las dudas que teníamos con respecto al guión las hablábamos con ellos. Fueron siempre muy generosos y conscientes; nos decían: “Aquí súbele, aquí bájale”, nos ayudaron a modular cada situación. ¿Habías conocido casos cercanos a tu entorno de este padecimiento? No, para nada. Afortunadamente en mi entorno social, amigos, familia, no hubo nadie con esta enfermedad, yo lo veía muy ajeno. Cuando leía el guión, pensé: “Tenemos que contarlo de forma profunda, tocando las fibras que debemos tocar”. Por eso tuvimos una gran preparación, un trabajo de campo. Sabemos que tu primer casting fue con Mel Gibson... Sí, yo acababa de llegar a la Ciudad, tenía 18 años, pero creo que me veía como de 14, porque cuando fui al casting a Bazooka Films, de Carla Hool, que es la encargada de hacer las pruebas de Narcos y de todas las películas de Mel Gibson que ahora están en Los Ángeles, el encargado me dijo: “Oye, ¿y tus papás?”, y de pronto pensé: “¡No es posible! No sabía que mis papás tenían que estar aquí para hacer un casting”, pero luego me preguntó cuántos años tenía, le dije 18 y todo se relajó. ¿Para qué película fue y qué tuviste que hacer? Era para Apocalypto, y me dieron una hoja con un poema en maya. Me pidieron que lo leyera, luego tirara la hoja y dijera a cuadro lo que se me hubiera quedado grabado. Obviamente a la primera no pude decir nada, cortaron y me pidieron que lo hiciera otra vez. En esa ocasión me puse a decir lo que recordaba y a buscar palabras que se me pudieron haber quedado grabadas, terminé y dije: “Yo creo que no. Esto fue como debut y despedida”, porque creía que eso de la actuación iba a ser siempre así de fuerte... Y no, que me hablan para un call back y otro más, y ya en el último lo hice en un hotel con todos los actores que sí se quedaron en la película. Ahí conociste a Mel Gibson... Sí, pero al principio no sabíamos que lo íbamos a conocer. Yo sabía que él estaba en Veracruz ya grabando partes de la película, y como todo era muy misterioso, porque a los que hacían la audición los metían, pero los sacaban por otro lado, entonces nadie sabía lo que pasaba, hasta que dijeron mi nombre y pasé con mis dos escenas. Me llevaron por un pasillo, y cuándo lo vi él estaba ahí sentado, con una enorme barba... ¡Fue algo muy padre, porque él es supergeneroso y carismático! Recuerdo que hicimos las escenas varias veces, tomaban un montón de fotos, me hacía preguntas y ahí fue que me di cuenta de que no podía regresarme a Guadalajara, que tenía que estar aquí para que hiciera que las cosas pasaran. Al final no me quedé en el proyecto, pero para mí fue un parteaguas. ¿Cómo fue que decides llegar a la Ciudad de México? Mi mejor amigo, Osvaldo, se vino para acá cuando yo comenzaba a estudiar Artes Escénicas y me estaba desesperando. En un momento me dijo: “Vente para acá. Acá es donde tú debes estar”. Yo no tenía dinero, así que me puse a ahorrar pensando en que debía llegar, aunque fuera un mes. Me puse a pensar qué tenía para vender; tenía un videojuego y dije: “A quien me lo compre se lo voy a vender”. Me dieron mil 200 pesos y me lancé con la consigna de que para mis papás venía un mes, pero yo sabiendo que no iba a regresar. Fue mi mejor inversión.