Cuando Biby Gaytán habla de su hija Ana Paula le cambia por completo el semblante: los ojos le brillan y la satisfacción de ver a su pequeña convertida en una novel estrella se desborda en cada gesto.
La actriz regresa a los escenarios después del éxito que tuvo con Chicago, pero esta vez no lo hace sola; en Amor sin barreras, producción de Gerardo Quiroz, lo hace junto al fruto de su amor con Eduardo Capetillo, quien debuta como protagonista de esta puesta en escena que la misma Biby estelarizó hace 20 años.
“En 2003 tuve la fortuna de interpretar el papel que ahora presenta Ana Paula y la cereza del pastel es poder pisar el escenario con mi hija, ¡ni en el mejor de mis sueños lo imaginé! Estoy ensayando con ella y me cuesta trabajo contener el sentimiento, porque ésta es una obra llena de emociones fuertes, temperamentales, pero me toca mantener la calma; transmitirle al público nuestro trabajo es muy difícil”, dice la tabasqueña sobre este reto que la pone nuevamente frente a los reflectores.
Siendo bailarina desde niña, Biby siempre soñó con interpretar Amor sin barreras, pues veía a Rita Moreno en la película West Side Story, inspirada en la historia de Romeo y Julieta, y anhelaba estar en sus zapatos, hasta que un día el productor Gerardo Quiroz se lo cumplió. “Por eso fue un regalo en ese entonces (2003); ahora, volver a tener la oportunidad de ser parte del proyecto, con otro personaje, es un privilegio”.
La protagonista de la telenovela Camila afirma que este regreso lo vive con la mayor ilusión, pues sintió una tristeza enorme cuando, debido a la pandemia, Chicago bajó el telón. “Llegamos todos a la función arreglados, maquillados, y en ese momento nos avisaron que se suspendía la obra. Eso fue muy doloroso, pero dentro de todo, agradecíamos que estábamos bien porque sabíamos que había gente que la estaba pasando muchísimo peor. Nos tocó salir adelante y siento que ahora Dios nos compensa con esta puesta que es una bendición”.
El reconocimiento, la popularidad y el “estrellato” nunca han sido la prioridad en su vida, ella le apuesta a otros intereses. “Nunca he estado en este medio por la fama, siempre ha sido por el amor a lo que hago, que es bailar, cantar, actuar y transmitir. Como no estoy por esa razón, nunca me he dejado de preparar, todavía tomo clases de ballet y de canto, porque esto no es algo que tienes dormido y de repente despiertas. Ahora me levanto en las mañanas y le agradezco a Dios todos los días; pienso que algo he de haber hecho bien para estar de nueva cuenta haciendo Amor sin barreras, por eso lo voy a disfrutar, dando mi máximo como siempre”.
Por su parte, Ana Paula, tenía cinco años cuando veía a sus papás protagonizando Amor sin barreras, y desde la primera fila sentía la inquietud de hacer lo mismo: actuar, bailar, cantar y recibir el aplauso del público. “Yo decía: ‘¡Quiero hacer eso!’, y sí, es muy especial que ahora lo esté haciendo y hasta con el mismo productor, ¡nunca lo imaginé!”, admite la joven que se preparó en la academia que fundó su madre desde el 2007.
“Su mayor ilusión era que yo bailara ballet, pero la traicioné y me fui al área de teatro musical; durante los años que tuvo la escuela hicimos varias puestas en escena, entre ellas Anita la huerfanita, y yo era Anita. Ya en el último festival hice a la señorita Hannigan. Después estuve en el Grupo Representativo de Teatro del Tecnológico de Monterrey, me formé en Artestudio, con el maestro Hugo Robles, y así he construido mi carrera”, cuenta Ana Paula.
Heredera de la belleza de su madre, luchó por el personaje, pues el apellido no fue garantía para quedarse en el musical. “Estaba bien nerviosa, en el casting lo di todo, pero sigo trabajando todos los días porque me siento privilegiada de compartir escenario con mi mamá y con este elenco increíble, todos los talentosísimos. Por eso quiero que ellos también se sientan orgullosos de tenerme como su María”.