El Rey del Jaripeo amasó un legado incalculable
Generosidad y amor al trabajo, dos cualidades que, al juntarse, reportan grandes éxitos a quien la posee tal y como ocurrió con José Manuel Figueroa, quien de niño creció en un ambiente plagado de carencias, pero rodeado de un amor infinito que cobijó sus sueños para convertirse en Joan Sebastian.
Su primer trabajo fue al lado de su abuelo repartiendo leche en su natal Juliantla, Guerrero, luego boleó calzado.
Ya de adolescente, las gelatinas fueron un negocio rentable. Hecho un hombre siguió probando suerte en la música y emigró a Chicago, Estados Unidos, donde figuró como vendedor de autos usados, con tal fortuna que por un tiempo se dio el lujo de empaquetar sus ganancias en papel aluminio y almacenarlas en el refrigerador.
Pero su talento le tenía reservada la oportunidad que lo haría famoso. Desde su primer trabajo ahorró, y unos cuantos pesos se convirtieron en cientos que le permitieron subsistir hasta que su voz se convirtió en una mina inagotable que le permitió tener lo que en su infancia le fue negado.
Sus bienes raíces (casas, ranchos, terrenos y tierras para cultivo) acapararon sus principales inversiones.
A esto le siguieron la cría de ganado (actividad aprendida de su padre) y caballos de raza española.
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